Hombre Alimaña. Por Haddass

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Escrito por haddass el 2017-01-23 11:33:45.

Actualizado por haddass el 2017-01-23 11:33:45.

Hombre alimaña

 

Hombre Alimaña

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ya no te tengo miedo.

Sólo el alma

puede entrar en el alma, y tú no tienes.

                                                     Antonia Álvarez

 

 

Escucha, hombre, escucha atento.

Esa necesidad que te esclaviza

es más fuerte que la compasión

y el amor que te hizo humano.

 

Eres ese depredador acaso avergonzado

del animal que porta en las entrañas;

que, ahogado en alcohol, afloja brida

y da rienda suelta a la alimaña.

 

Imaginas esa dulce infancia entre tus garras

revolcándote en el placer de su destrozo,

en su inocencia ahogada entre tus piernas.

Ese deseo infame te derrite la razón

calcinando cualquier nana que recuerdas.

 

Tras el abuso que te calma sin reproche,

abordas esas cuestiones sobre ética

para poblar de argumentos tus desmanes,

para humillar más a quien más te quiere

–no importa ya la edad–.

Precisas acotar el territorio,

tener pieza a cazar siempre al alcance.

No eres más que un loco hambriento,

vagabundo necio y desalmado,

hosco y vacío, instigador infecto.

 

Pero eres aún peor cuando utilizas la palabra,

cuando bordas el acoso con insidias

abotonando a tu presa con engaño.

Porque entonces no necesitas droga alguna:

te basta tu vanidad sazonada de desprecio

con unas gotas de almíbar rancio

que envenena lo poco de tu ser que queda sano.

 

Sí, hombre, sí.  Eres esclavo.

Lo sabes desde siempre.

Por eso quieres borrar del mapa tu desgracia

inventando otras, creando caos,

sembrando culpas, dolor y desamparo.

Escondes la verdad para que no te dañe

disfrazándote de víctima agraviada,

y así fingir que el dolo no te atañe.

Precisas doblegar,

                                no tu necesidad,

                                no tu deseo,

                                no tu saña

                                               –esa es tu mugre–.

Te urge, sobre todo, someterla a ella,

sí, a esa niña ingenua y dulce.

 

Y después, saciado el animal,

recitas un largo poema ante los otros

para mostrar tu ser sensible.

 

Pero escucha lo que digo,

escucha y tiembla:

Aunque ella no lo sepa ni lo intuya,

aun tapada, escondida o encerrada,

en su ser está el poder del universo,

el poder que te condena o te redime,

que sacia el espíritu sediento

y te enrola a la cordura que te salva.

 

Lo sabes bien: eres su esclavo.

Esa lascivia te aprisiona y te retuerce

y eliges ser malvado y no hombre entero.

Claro que eres frágil –pobre bestia–,

presa del atávico sentir de la caverna.

 

Mi mirada displicente y compasiva

te evidencia canalla y pernicioso,

te exilia del amor que se regala,

te censura, te humilla y te aterra

cercenando tu cínica sonrisa.

 

Lo sabes bien, como ahora lo sé yo,

que ya no soy ingenua ni soy niña,

que no me quejo, ni grito, ni lloro,

que estoy erguida frente a ti

–con la huella del suplicio de los siglos

tatuada en el alma y la pupila–

y denuncio alto y claro tus miserias.

 

Haddass

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