CUENTO GANADOR

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Escrito por suavecita-- el 2018-01-06 00:24:17.

Actualizado por suavecita-- el 2018-01-06 00:29:01.

El resultado de lass votaciones ha sido el siguiente:

El Cuento ganador ha resultado ser el nº 7, con 5 votos.

Los cuentos 6,4 y 10 han obtenido 2 votos cada uno.

Los cuento 1 y 11 han obtenido 1 voto cada uno.

Desde la Administración y el Equipo de Moderación de la sala mas_de_50, agradecemos a todos y cada uno de los usuarios que han participado en este concurso, inclusive a aquellos que, sin haber enviado un cuento ni haber votado, de una manera u otra se han interesado por el mismo.

CUENTO Nº 7

Aunque siempre había sido muy alto, el tiempo había encorvado un poco su espalda y a duras penas podía mantenerse recto, pero aún asi se vislumbraba en su estampa la gallardía de lo que en otro tiempo fue un caballero.

Aquella mañana Pablo cumplió con su ritual de saludo al día. Desayunó tostadas con aceite remojadas en leche caliente manchada con un poco de café mientras escuchaba las noticias de las nueve en su emisora de siempre. Como cada día, tras dejar la taza en el fregadero, arrancó la hoja del calendario que tenía colgado tras la puerta de la cocina. Un 24 de Diciembre apareció ante él.

Tenía que ir al mercado. Para ese día siempre preparaba lo que en su opinión era un pequeño banquete. Las gambas que más disfrutaba, un par de cigalas  que haría a la plancha, la mojama que tanto le gustaba,  un queso añejo puro reserva y los 200 gramos de jamón pata negra , que aunque caro, ese día era preceptivo y de obligado cumplimiento degustarlo.

Cenaría solo esa noche como  ya era costumbre  en los últimos años, algo que a fuerza de repetirlo, no le preocupaba pues era la ocasión perfecta para darse un festín. Claro que, cuando ese pensamiento incómodo de soledad saltaba a su mente, se encogía de hombros  diciendo un “qué más da” que ya se había vuelto habitual en su silencio.

Hacía mucho frío esa mañana. Así que levantando el cuello de su barbous, con los guantes calzados y la bufanda arremolinada al cuello, cogió las llaves y cerró la puerta.  Le sorprendió el cielo despejado. Estaba siendo un invierno muy seco el de ese año y aunque no le sentaba nada bien la humedad ni le gustaba andar con el paraguas en el brazo, reconoció la necesidad de esa lluvia tan esperada.

Casi nunca iba al mercado. Se apañaba bien haciendo la compra en el supermercado que desde hacía tiempo habían abierto cerca de casa, pero para una compra tan señalada y dada la ocasión, bien merecía  la pena darse una caminata.

Paró en el kiosco de siempre. No quería renunciar a comprar su diario en papel que solía leer tomando un vino en el bar de Juan y que Paquita, la kiosquera, siempre le daba en cuanto le veía asomar.

Enfiló camino de la calle Pradas. Le llamó la atención el bullicio de gente y ruido en cualquier dirección en que miraba. Se notaba que la mayoría andaban preparando  la noche de ese día.  En el cruce con la calle Encinas, justo a la  derecha ,le llamó la atención un pequeño tumulto que había en una especie de Plazoleta a unos cien metros de dónde se encontraba.  Como no llevaba prisa ni nadie que le esperara, dio rienda suelta a la curiosidad por descubrir la causa de ese gentío.

A medida que se acercaba se fue percatando de que se trataba de uno de esos locales de ayuda a los pobres que tanto habían proliferado en los últimos tiempos por esa crisis que no terminaba de desparecer. No era una imagen amable la que comenzó a percibir.  Rostros marcados por surcos profundos, miradas llenas de desesperanza observando puntos concretos de horizontes inexistentes. Dentaduras ausentes o ennegrecidas, manos rugosas envueltas en suciedad.

  • ¿Pablo?

Giró su cabeza.

  • ¿Eres tú, Pablo?

Se quedó atónito. Apenas podía reconocerle. Pero sí, era él. Era Angel, su hermano.

Vio unos ojos hundidos, el cuello de la camisa marcaba surcos renegridos y se abrigaba con un chaquetón cuya manga estaba descosida.

Hacía unos nueve años que no sabía nada de él. La última vez que lo vio fue en la puerta de la Notaria el día en que fueron los tres a firmar la declaración de herederos. Allí se juró que había perdido a un hermano. No iba a permitir de ningún modo una traición como la que le hizo Ángel.

Tras media hora de mirar el periódico, viendo titulares y sin saber lo leído, le pagó a Juan la copa de vino y marchó a casa.

No podía arrancar de su mente el pensamiento de la mañana. Se preguntaba una y otra vez cómo había podido llegar a ese estado. Aunque sabiendo de su mala cabeza y su vileza no era de extrañar. Además,  él era de los que opinaba que según la siembra, así es la cosecha. Y Angel durante toda su vida siempre había sembrado egoísmo, por tanto era el momento de que asumiera las consecuencias.

Estaba claro que no era su responsabilidad, aunque fuera su hermano.

Sacó el móvil del bolsillo del barbous. Eran casi las 8.  Se sentía nervioso. No le gustaba ese sitio. Había un olor mezcla de desinfectante y cloaca que lo convertía en nauseabundo. Miró el letrero descascarillado por las esquinas que  colgaba encima del mostrador y donde rezaba “Albergue Municipal Los Olivos”.

Ángel apareció por una pequeña puerta del lateral del mostrador con una cara asombrada propia de quien ha visto un fantasma.  A Pablo le parecieron interminables los pasos que dio su hermano hasta que quedó frente de él.  De camino había ensayado las palabras que le diría, sin embargo, en ese momento solamente se le ocurrió hacerle una pregunta:

-  Es Navidad. He comprado cuatro cigalas y yo nunca tomo más de dos. ¿Quieres comerlas esta noche conmigo, hermano?.

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