El Agobio Veraniego. Felices Lecturas. Por Haddass
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Escrito por haddass el 2017-08-06 11:10:52.
Actualizado por haddass el 2017-08-06 11:10:52.
El agobio veraniego
Candela es una mujer de mediana edad que vive en un pequeño pueblecito o pedanía al pie de la montaña. Durante el día habitualmente luce el sol siempre suavizado por una brisa fresquita que, al llegar la noche, cuando aparece la luna, obliga a cubrirse con una rebeca y tener a mano una manta para dormir a gusto.
El pueblecito apenas cuenta con cien habitantes. Tiene una plazuela con una pequeña fuente donde corretean algunos infantes. Una calle más abajo, un jardín poblado de frondosos árboles, con unos bancos preciosos de hierro forjado prestos al descanso o la lectura bajo el canto de los pájaros que es el único sonido que prevalece. No falta una pequeña pero muy cuidada iglesia que es el centro de atención visible desde todas las estrechas calles que conforman la vecindad. Tras un paseo tranquilo uno aprecia el sosiego con el que allí se vive. Flores vistosas en los balcones, tinajas enormes en las puertas sustentando hiedras que trepan por los muros y muchas parras haciendo sombra en los rincones de esparcimiento. Pero también bicicletas apoyadas en los muros, bombonas de butano a falta de recoger por el destinatario, bolsas de pan colgadas en los pomos de las puertas, algún que otro coche o moto aparcados sin señal, pivote o coto alguno y entre las sillas que los vecinos dejan a la entrada de sus casas para sentarse al atardecer.
Los pocos habitantes caminan despacio, nadie parece tener prisa, se conocen y saludan, comentan, se despiden sin ruido ni algarabía. Como todo pueblecito esconderá sus secretos, pero el visitante sólo percibe agrado, buenos modales y bonhomía.
Candela regenta allí durante todo el año un pequeña tienda que surte a los hogares de lo más necesario en el día a día, sin horario y siempre con una sonrisa. Es una mujer de carácter vivo y una conversación amena. Conoce el mundo en el que vive y opina de forma sencilla sin ninguna pretensión. Se siente dueña y señora en ese entorno y feliz en el desempeño de su labor.
Además de esta tienda, está el bar, donde siempre hay un murmullo constante y se ven los partidos de futbol, también el panadero artesano que, con buena fama en la comarca, surte a las pueblecitos cercanos. Todo lo demás es venta ambulante que pasa por el pueblo ofertando otros productos necesarios según los días.
Llega agosto y la población aumenta ostensiblemente con los hijos y nietos de antiguos pobladores o visitantes de las ciudades que huyen del calor y aprecian ese descanso integral que comienza por acariciar los sentidos. Descansa el oído, se alegra la vista, se ventila la mente y airea la piel. Se degustan delicias cocinadas a la antigua usanza, con productos naturales, pero, sobre todo, se fortalece la confianza en la sencillez, la franqueza y la conformidad alegre con la propia vida en las muchas conversaciones que se entablan entre residentes y foráneos.
Bueno, pues hoy Candela me ha sorprendido; me ha dicho que se va del pueblo a casa de una hija porque no soporta el trajín de tanta gente y el meneo que le supone este angustioso mes de agosto donde aumentan todo tipo de actividades, se genera ruido, más prisa y un tono de exigencia de algunos urbanitas que superan su capacidad de aguante. Volverá en septiembre, cuando su pueblo vuelva a la normalidad.
Y es que la normalidad no es igual para todos. Tampoco las vacaciones.
¡Feliz descanso y felices lecturas!
Escrito por haddass el 2017-08-06 11:10:52.
Actualizado por haddass el 2017-08-06 11:10:52.
El agobio veraniego
Candela es una mujer de mediana edad que vive en un pequeño pueblecito o pedanía al pie de la montaña. Durante el día habitualmente luce el sol siempre suavizado por una brisa fresquita que, al llegar la noche, cuando aparece la luna, obliga a cubrirse con una rebeca y tener a mano una manta para dormir a gusto.
El pueblecito apenas cuenta con cien habitantes. Tiene una plazuela con una pequeña fuente donde corretean algunos infantes. Una calle más abajo, un jardín poblado de frondosos árboles, con unos bancos preciosos de hierro forjado prestos al descanso o la lectura bajo el canto de los pájaros que es el único sonido que prevalece. No falta una pequeña pero muy cuidada iglesia que es el centro de atención visible desde todas las estrechas calles que conforman la vecindad. Tras un paseo tranquilo uno aprecia el sosiego con el que allí se vive. Flores vistosas en los balcones, tinajas enormes en las puertas sustentando hiedras que trepan por los muros y muchas parras haciendo sombra en los rincones de esparcimiento. Pero también bicicletas apoyadas en los muros, bombonas de butano a falta de recoger por el destinatario, bolsas de pan colgadas en los pomos de las puertas, algún que otro coche o moto aparcados sin señal, pivote o coto alguno y entre las sillas que los vecinos dejan a la entrada de sus casas para sentarse al atardecer.
Los pocos habitantes caminan despacio, nadie parece tener prisa, se conocen y saludan, comentan, se despiden sin ruido ni algarabía. Como todo pueblecito esconderá sus secretos, pero el visitante sólo percibe agrado, buenos modales y bonhomía.
Candela regenta allí durante todo el año un pequeña tienda que surte a los hogares de lo más necesario en el día a día, sin horario y siempre con una sonrisa. Es una mujer de carácter vivo y una conversación amena. Conoce el mundo en el que vive y opina de forma sencilla sin ninguna pretensión. Se siente dueña y señora en ese entorno y feliz en el desempeño de su labor.
Además de esta tienda, está el bar, donde siempre hay un murmullo constante y se ven los partidos de futbol, también el panadero artesano que, con buena fama en la comarca, surte a las pueblecitos cercanos. Todo lo demás es venta ambulante que pasa por el pueblo ofertando otros productos necesarios según los días.
Llega agosto y la población aumenta ostensiblemente con los hijos y nietos de antiguos pobladores o visitantes de las ciudades que huyen del calor y aprecian ese descanso integral que comienza por acariciar los sentidos. Descansa el oído, se alegra la vista, se ventila la mente y airea la piel. Se degustan delicias cocinadas a la antigua usanza, con productos naturales, pero, sobre todo, se fortalece la confianza en la sencillez, la franqueza y la conformidad alegre con la propia vida en las muchas conversaciones que se entablan entre residentes y foráneos.
Bueno, pues hoy Candela me ha sorprendido; me ha dicho que se va del pueblo a casa de una hija porque no soporta el trajín de tanta gente y el meneo que le supone este angustioso mes de agosto donde aumentan todo tipo de actividades, se genera ruido, más prisa y un tono de exigencia de algunos urbanitas que superan su capacidad de aguante. Volverá en septiembre, cuando su pueblo vuelva a la normalidad.
Y es que la normalidad no es igual para todos. Tampoco las vacaciones.
¡Feliz descanso y felices lecturas!
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